lunes, 7 de octubre de 2013

Calanque de Sugiton

Katie

Cuando cogemos un tren​​ ​en Santa Apolónia (estación ferroviaria en Lisboa) mochila a cuestas, gorra en la cabeza y las zapatillas (que nos parecen) más ​​modas, no tenemos, por una media docena de buenas razones, la esperanza de poder alimentar una página de este genero.  Y, de hecho, la única razón por la que me detuve en Marsella fue la hora, cuyo avance, no me permitía llegar a tiempo a una de esas localidades que personifican la imagen típica del sur de Francia. Marsella debía haber sido el eslabón más débil de un viaje cuyos objetivos fueron fijados dos meridianos más allá. Pero Marsella es (y no se me ocurre nada mejor que asegurar, a pies juntillas, que es genuinamente) hermosa. Podrán llamarle sucia, chunga  o simplemente peligrosa (y, según parece, hay una buena dosis de estadísticas que sostienen, en orden creciente, cada una de estas afirmaciones). Pero es hermosa. Entiendo que coches con matricula francesa con  ocupantes que a muchos otros franceses les costaría llamar compatriotas, acelerando por calles estrechas, en plena madrugada, a la misma velocidad con la que entro en una auto pista no es, entre otras cosas, la mejor tarjeta de visita para la actual Capital Europea de la Cultura. Pero hay algo allí que va más allá de todo esto. Y, por mucho que les cueste a muchos franceses admitirlo, parte de la receta  surge precisamente de su aura magrebí. Y de su naturaleza mediterránea. Eso es como decir que las Calanques, esas formaciones de piedra caliza,  profundas y escarpadas, parcialmente sumergidas por el mar, son de las cosas más hermosas que he visto en toda mi vida. Tanto me fascinaron que, cuando me fui en dirección a Belgrado, estaba seguro de regresaría allí a la vuelta. Pero esta claro. Algo más me mantuvo allí. Claire, Anne-Sophie, una canadiense cuyo nombre ahora no recuerdo, Andrew, Sophia, Natalie y Katie, a quien, a media tarde, ya todo el grupo había elogiado el traje de baño. Y si aún me impacta más esta foto que la de la pareja de regreso a su velero (y me encantó esa pareja), es curioso como para mí, esta bella imagen de Katie, es apenas una muestra de todos los otros momentos que tengo guardados (unos valientes megabytes y criterios visuales debajo de esta imagen), del día de calor en las Calanques y de la cena que le siguió. Porque, cuando me metí en un vagón en Santa Apolonia, eran estos momentos los que buscaba. Los que favorecían el trato familiar con aparentes desconocidos a quienes nos dirigíamos como viejos amigos que propiamente por méritos estéticos. Katie fue, por así decirlo, una especie de sorpresa. Una hermosa sorpresa

2 comentarios:

Eva dijo...

Un post muy bonito.

Besos desde

www.tuimagenvalemasquemilpalabras.com

Anónimo dijo...

Qué preciosidad de post! Bravo por tu blog!!

xx
http://callaquenosmiran.blogspot.com.es/